LA RESPIRACIÓN
TÍTULO: La respiración
AUTOR: Alfredo Sanzol
EDITORIAL: Ediciones
Antígona
SUBGÉNERO: Comedia
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2016
A
veces no tengo claro si las comedias de Alfredo Sanzol son obra de un genio o
una tomadura de pelo. Quizá ni una cosa ni la otra. Más claro lo deben de tener
en el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que hoy mismo le ha concedido
el Premio Nacional de Literatura 2017 en la modalidad de Literatura Dramática a
Sanzol por La respiración. Mi enhorabuena
para el dramaturgo; por su pieza y por la puesta en escena del mismo, que el
propio escritor dirige. Está claro, eso sí, que el jurado ha debido de pasar
por alto que al texto dramático le conviene una revisión. Pero eso me temo que es
batalla perdida.
En
todo caso, y volviendo a lo que escribía al principio, lo que seguramente ocurra
es que Sanzol sea un dramaturgo un tanto fronterizo. La respiración juega al despiste en el fino límite de la realidad y
la fantasía. Tiene un punto de absurdo sin que este llegue a invadir la escena.
Y es de una comicidad no demasiado abierta, aunque potenciada sobre las tablas.
El
jurado del Nacional de Literatura ha premiado esta pieza por “la estructura de
una trama tan abierta como compacta, con unos personajes sólidos que
evolucionan dramáticamente y que se mueven en una renovada sentimentalidad”. Bien.
La típica “literatura de relleno” destinada a justificar ante la prensa la
decisión del jurado. Decir sin decir aparentando que se dice. Porque ya me diréis
si casi todo lo que se cuenta ahí no se puede aplicar a… ¿cuántas obras? Otra
cosa es lo de la “renovada sentimentalidad”. Quedémonos con esto último.
La
obra parte de la crisis personal que Nagore no es capaz de superar tras la
ruptura con su pareja, con la que tiene una hija. La soledad, el vacío que no
se llena, la centrifugadora de la ansiedad que no para. Nagore es la máscara
tras la que se esconde el propio Sanzol, como él mismo ha venido a confesar.
Esta obra es una expiación de sus fantasmas tras una dura ruptura. Eso va a ser
lo que haga Nagore, empujada por su madre, cuando vaya conociendo a Andoni,
profesor de yoga; al hermano de este, Íñigo, fisioterapeuta; y a Míkel, hijo de
Andoni y novio de Leire, quien también entra en escena. A partir de aquí,
Sanzol arrastra al lector a una suerte de “fantasía” de la que Nagore es
consciente pero que no deja de ser también una cierta realidad. Esa fantasía
será, de un modo u otro, terapia para Nagore.
La respiración hay que entenderla
como lo que es: una liberación, un aquelarre de las brujas de la ansiedad, una
bocanada de aire para poder… ¡respirar! La
respiración es la búsqueda sanadora de la respiración. Pero esa búsqueda es
también un juego de propuestas. Y ¿si jugamos? ¿A qué? Al amor libre. Aquí no
hay censura, si acaso, una cierta sorpresa. Pero ¿por qué no derribar barreras
y abrir las puertas al amor promiscuo y sin prejuicios, desbocado, sin ataduras
y sin condiciones? Como una suerte de ridícula risoterapia en la que, sin
embargo, los participantes liberan, además de la mandíbula, algo que les pesaba.
Pues eso, amorterapia. Al fin y al
cabo, estamos en una “fantasía”, podemos jugar a lo que la realidad no permite
o, al menos, restringe. Aunque, claro, esta fantasía se diluye en la realidad a
poco que te descuides. Será el lector quien tenga que atreverse, o no, a jugar
su propia fantasía. Terapia para Nagore. Terapia para Sanzol. ¿Terapia para el
lector o espectador?
Decía
más arriba que la comicidad de La
respiración no era muy abierta. Cada uno que haga su lectura. No es una
comedia de carcajada y mandíbula batiente. Pero lo cierto es que Sanzol debe de
tener en su cabeza un tono más cómico del que desprende el texto, pues la
puesta en escena que él mismo dirige sí arranca varias carcajadas al respetable.
Quizá esa comicidad se vea favorecida por una arrolladora Nuria Mencía, que
exuda por sus poros un divertido y a la vez entrañable personaje que parece una
divertida mezcla de yonqui y camionera macarra. Divertida comedia, además de interesante
contraste con el texto escrito para apreciar la visión real del autor, su tono
personal a la hora poner a sus personajes a hablar, a llorar, a reír, a amarse
y a desamarse.
Lo
más importante, lo dicho: la liberación. Literatura terapéutica en varios
frentes. Juguemos a liberarnos… ¡y a ver qué sale!