LA PIEDRA OSCURA
TÍTULO: La piedra oscura
AUTOR: Alberto
Conejero
EDITORIAL: Ediciones
Antígona
SUBGÉNERO: Drama
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2013
La piedra oscura
debería haber sido uno de los títulos, si no lo fue, de Federico García Lorca.
Alberto Conejero lo rescata literariamente en este drama suyo del mismo nombre.
Dos
son aquí los personajes, más una voz poética, la de un Lorca evocado. Texto,
por tanto, muy de hoy en día, muy para llevar a las tablas sin demasiado
dispendio, que el 21% no ahoga (o igual sí) pero aprieta (desde ahora, el más
liviano 10%). Además, los temas de la memoria histórica y de la homofobia están
en la cresta de la ola y no parece mucho riesgo escribir sobre esto (los
variados premios al texto y a la puesta en escena no parecen desmentir lo
anterior).
Estamos
en plena guerra civil española. El drama sitúa en la habitación de un hospital
militar a Rafael, un teniente republicano herido, y a Sebastián, un joven
soldado nacional que custodia al primero antes de que este sea fusilado al
alba. Sobre los treinta años, el primero; cerca de los veinte, el segundo. El
teniente trata de hablar con el soldado; el soldado es reticente a conversar
con el teniente. Está incómodo, sabe el destino que le espera a su custodiado y
le duele.
El
diálogo no es un mero pasar el tiempo en esas horas de madrugada. En el meollo
del conflicto, sabemos que el teniente quiere algo antes de morir. Rafael ha
formado parte de “La barraca”, la célebre compañía de teatro cuyo adalid fue
Lorca. Y ha mantenido una relación más que amistosa con Federico. La muerte de
este no solo le ha causado el dolor natural sino también un cierto sentimiento
de culpa, pues Rafael piensa que las circunstancias podrían haber sido otras y
que ha tenido algo que ver en el hecho de que Lorca regresara a Granada, donde
finalmente sería asesinado. Pero Rafael conserva todavía la esperanza de
“rescatar” algo de Federico, de rescatar algo para la memoria. Ahí lo dejo, no
avancemos más sobre el meollo de la trama.
El
caso es que Rafael no es otro que Rafael Rodríguez Rapún, tan real como Lorca,
tan real como “La barraca”. La piedra
oscura es un drama (casi tragedia) sobre nuestra historia, sobre la
memoria, sobre la homofobia. Lo que no
es histórico es la circunstancia en la que muere Rafael; lo del hospital
militar, el fusilamiento, el encuentro durante sus últimas horas de vida con
Sebastián… es inventado. Dramáticamente facilita la tensión dramática y
estigmatiza al enemigo. Cuántas obras no se habrán escrito con un planteamiento
similar: dos personas, frente a frente, en una suerte de pugilato dialéctico y
emocional en torno a un conflicto definido. Es algo que agarra al lector y al
espectador si la obra está bien escrita. La pieza de Conejero lo hace también.
El progresivo y bien graduado roce entre Sebastián y Rafael, la tensión
emocional, el conflicto principal que va dibujándose, poco a poco, hasta
perfilarse nítido al final… conquistan la atención de lector. Y de vez en
cuando flota el recuerdo, la evocación, la voz poética de un Lorca muerto, vivo
en el recuerdo de Rafael, quien no quiere dar el último aliento sin
“desenterrar” a Federico, sin sacarlo de la fosa común del olvido y de la
injusticia.
Rafael:
el bueno, lo blanco, el republicano. Sebastián: el malo, lo negro, el nacional.
No. No es exactamente así. Escribe Ian Gibson en el prólogo a esta edición de
Ediciones Antígona que “Conejero ha resistido cualquier tentación de caer en el
maniqueísmo” porque “el chico [Sebastián] es una ingenua víctima más de las
circunstancias de la contienda”. Pero no. Tampoco es exactamente así. Bien es
cierto que un atisbo de cierta imparcialidad parece asomar cuando la “voz” de
Lorca “escribe”: “Aquí las cosas van de mal en peor. Lo de Calvo Sotelo, ¡qué
barbaridad! ¿Cómo pueden hacer esto? ¿Qué va a pasar? Estoy espantado,
Rafaelillo”… Pero más allá de ese espejismo, Gibson no se percata, o finge no
percatarse, de que sí hay maniqueísmo, pero mucho más inteligente y sutil que
el obvio. Conejero convierte a Sebastián en víctima emocional de su propio
bando, cuya maldad se agiganta por contraste con el sufrimiento interno de uno
de los suyos. Pero la cosa no para ahí. Los nacionales no tienen presencia
física en la obra (el atribulado Sebastián no deja de ser otra víctima), sino
que se intuye permanentemente en la sombra, fuera, acechante, del otro lado de
la puerta (aquí no es la “pena negra” pero sí tan fatal como ella), a la espera
de la llegada del alba para ejecutar a Rafael. El bando nacional se agiganta
así, poderoso y oscuro, con la sola evocación de su amenaza, de su presencia
merodeante. Al igual que se agranda la figura invisible de Pepe “el Romano” en La casa de Bernarda Alba. Alumno
aventajado, Alberto Conejero, del dramaturgo al que homenajea en esta pieza…
Así,
pues, maniqueísmo; claro que sí. Maniqueísmo sutil pero previsible. Bien lo
intuye Gibson, que tonto no es, solo juega al despiste. El irlandés sabe bien
que la obra de Conejero está escrita al servicio de la memoria histórica: “A su
manera la empresa de Conejero encaja dentro del movimiento por la recuperación
de la memoria histórica”. Naturalmente, de ahí el maniqueísmo. Alguno pensará
que objetividad y memoria histórica no solo no deben ser incompatibles sino que
deberían ser compañeras inseparables. Claro. Pero olvidaos de eso. En España,
olvidaos.
La piedra oscura es
un interesante ejercicio de “exhumación” literaria que merece la pena leer. No
sé si se está cumpliendo lo que escribe Gibson sobre que “muy pocos podrán
mantener los ojos secos hasta el final”; no es tanto el grado de emotividad,
por muy contenida y latente que se intuya (desconozco si los actores
multiplican el dramatismo en la puesta en escena dirigida por Pablo Messiez). Y
tampoco creo que sea ese el cometido principal de la pieza de Conejero; más
bien pienso que La piedra oscura
tiene un poso más intelectual que emotivo. Sea como sea, léalo el lector y
juzgue.