viernes, 30 de diciembre de 2016

LA DESTRUCCIÓN DE NUMANCIA

TÍTULO: La destrucción de Numancia
AUTOR: Miguel de Cervantes Saavedra
SUBGÉNERO: Tragedia histórica
AÑO DE PUBLICACIÓN: 1585

Efemérides al rescate.
¡Quién le iba a decir al atribulado de Miguel de Cervantes que el cuarto centenario de su muerte iba a servir para rescatar no tanto al narrador (que no poco pero algo menos necesitado anda) como al dramaturgo! Al dramaturgo que quiso brillar y que hubo de rendirse al genio de Lope de Vega, con mejor olfato para los nuevos tiempos de la comedia que él mismo se encargaría de capitanear, no sin sufrir denuestos académicos. Efectivamente, 1616-2016. Quizá por ello La destrucción de Numancia haya resucitado en las tablas.
La tragedia sobre la heroica resistencia numantina ante el poder de Roma nos ofrece hoy una lectura sorprendentemente actual. Desgraciadamente actual. En la Numancia cervantina, un pueblo resiste convencido de que la libertad es el más grande de los tesoros. Por eso, asfixiado por el cerco de las tropas de Cipión (Escipión), decide y ejecuta su autodestrucción antes de entregarse a Roma.
Decildes que os engendraron
libres y libres nacisteis,
y que vuestras madres tristes
también libres os criaron.
(vv. 1346-1349)
Estas palabras (las citas son de la edición de La destruición de Numancia, Alfredo Hermenegildo, en Castalia) las profiere, a modo de ruego, una de las mujeres numantinas ante los hombres, decididos a enfrentarse con arrojo y derrota asegurada a los romanos, dejando así a las mujeres y a los niños a merced de los enemigos. Por eso las mujeres suplican a los hombres que no las abandonen y que las maten, así como a sus hijos, antes que dejarlas bajo el yugo romano.
Numancia se convierte, bajo la pluma de Cervantes, en insignia de la España que el escritor desea; una España unida, resistente al yugo extranjero y, por ende, amante de la libertad por encima de todas las cosas. El aprecio por la libertad, que en momentos le faltó a Cervantes, no lo olvidó nunca nuestro escritor, quien años más tarde, en la segunda parte del Quijote, haría decir a su hidalgo aquello tan conocido: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”. No extraña, pues, que uno de los personajes alegóricos que aparecen en la Numancia sea “España”, que loa el valor numantino y su defensa de la libertad:
Numancia es la que agora sola ha sido
quien la luciente espada sacó fuera,
y a costa de su sangre ha mantenido
la amada libertad suya y primera.
            (vv. 385-388)
“España” escucha de otro personaje alegórico, “Duero”, el río Duero (“que con torcidas vueltas / humedeces gran parte de mi suelo”) la fatalidad que impregna ya el destino numantino:
El [fatal], miserable y triste día,
según el disponer de las estrellas,
se llega a Numancia, y cierto temo
que no hay remedio a su dolor extremo.
                    (vv. 445-448)
Los sacerdotes funcionan a modo de coro clásico, salvando las distancias, y tampoco atisban final feliz para Numancia:
Si acaso yo no soy mal adivino,
nunca con bien saldremos de esta impresa.
¡Ay, desdichado pueblo numantino!
                       (vv. 792-794)
Este personaje de Numancia expresa bien su resignación ante el destino:
En fin, dado han los cielos la sentencia
de nuestro fin amargo y miserable.
No nos quiere valer ya su clemencia.
           (vv. 897-899)
Efectivamente, y como bien nos cuenta la Historia hasta donde sabe, se cumplirá el “duro hado”. El hálito de la fatalidad que impregna toda la obra, acompañado de la heroica muerte de los numantinos, convierte la pieza cervantina en una tragedia en la que las fuerzas (y debilidades) que encarnan Roma y Numancia otorgan a los casi 2500 versos una tensión dramática (y en muchos casos dialéctica) que deja huella en el lector y en el espectador.
Pero la trágica derrota de Numancia no impedirá la grandeza española en el futuro (presente y pasado reciente para Cervantes):
Un consuelo le queda en este [est]ado,
que no podrán las sombras del olvido
escurecer el sol de sus hazañas,
en toda edad tenidas por extrañas.
            (vv. 461-464)

Y más adelante dice el mismo personaje:
¡Qué envidia, qué temor, España amada,
te tendrán mil naciones extranjeras,
en quien tú teñirás tu aguda espada
y tenderás triunfando tus banderas!
                (vv. 521-524)
Y es que La destrucción de Numancia es una tragedia patriótica. El amor del manco de Lepanto por su patria es patente en esta pieza, que muestra la resistencia Numantina como valor nacional. Y también muestra el dramaturgo su dolor por la falta de unidad de los españoles, que parece un mal endémico y sirve de entrada al agresor extranjero. Así lo dice por boca de “España”:
¿Será posible que de contino sea
esclava de naciones extranjeras
y que un pequeño tiempo yo no vea
de libertad tendidas mis bandera[s]?
Con justísimo título se emplea
en mí el rigor de tantas penas fieras,
pues mis famosos hijos y valientes
andan entre sí mismos[s] diferentes.
                (vv. 369-376)
¡Ay, esos dos últimos versos! Parece que no han pasado los años, ni los siglos…
No queda ninguna duda sobre la predilección cervantina por Numancia frente al invasor, claro está. Y, aunque no abusa de ello, Cervantes sí recurre en algunos momentos a concitar la lástima del espectador aludiendo al gusano del hambre que corroe al pueblo cercado, un hambre que describe así uno de los numantinos:
Esta [in]sufrible hambre macilenta
que tanto nos persigue y nos rodea (…).
                     (vv. 601-602)
Hay mucho orgullo en La destrucción de Numancia. Y es mucho lo que se juega Cipión en su empeño de dar la victoria a Roma. El general romano, buen orador, a modo de un “coach” moderno (perdón por palabra tan insufrible…), se hace con las riendas de las tropas y les da un giro, pues ha advertido que los soldados romanos han caído en la molicie y por ello no han sido capaces, durante años, de doblegar al pueblo numantino. Sabe bien que el peor enemigo de un ejército superior es él mismo y su falta de rigor:
(…) el vicio solo puede hacernos guerra
más que los enemigos de esta tierra.
                (vv. 47-48)
Aunque Yugurta le advierte atinadamente:
La fuerza del ejército se acorta
cuando va sin arrimo de justicia(…).
                (vv. 61-62)


Y Cipión, buen estratega, decide entonces cercar Numancia para asfixiarla en la inanición. Así se lamenta el personaje de España:
Mas, ¡ay!, que el enemigo la ha cercado
no sólo con las armas contrapuestas
al flaco muro suyo, mas ha obrado
con diligencia extraña y m[a]nos prestas
que un foso por la mar[gen] concertado
rodee a la ciudad por llano y cuestas.
Sólo la parte por do el rio se extiende
d’este ardid nunca visto se defiende.
                (vv. 401-408)
Pretende su capitulación sin derramar una sola gota de sangre:
¿Qué gloria puede haber más levantada,
en las cosas de guerra que aquí digo,
que, sin quitar de su lugar la espada,
vencer y sujetar al enemigo?
                (vv. 1129-1132)
Cipión es trágica figura también, pues aun siendo inteligente, disciplinado, recto y riguroso, termina humillado a causa de su mayor error: la soberbia. La superioridad romana hace que el caudillo invasor se confíe y no abra la mano a la clemencia. Los numantinos ofrecen dirimir la disputa en singular lucha: el mejor de los suyos frente al mejor de los romanos. El resultado de la pelea señalará vinculantemente al pueblo vencedor y al perdedor. Pero Cipión no acepta, seguro de que el cerco que ha establecido acabará por dar sus frutos. Es interesante ver que es el exceso de presión de Roma el que termina por desencadenar la tragedia. Pues los numantinos se ven ya sin esperanza ninguna y atenazados por el hambre.
¡Pérfidos, desleales, fementidos,
crueles, revoltosos y tiranos,
cobardes, indiciosos, malnacidos,
pertinaces, feroces y villanos,
adúlteros, infames, conocidos
por de industrios[a]s, mas cobardes manos!
                         (vv. 1209-1214)
La retahíla de adjetivos no precisamente laudatorios se la dedica a los romanos el numantino Caravino, cuya sangre hierve de rabia. También la numantina Lira ve con malos ojos a los enemigos:
Mirad que son los romanos
hambrientos y fieros lobos.
                                              (vv. 1376-1377)

Es de notar que no es la primera vez que Cervantes justifica la resistencia numantina como reacción casi obligada al mal trato de Roma. Ya hacia el inicio de la obra deja claro un numantino, que ejerce como embajador de Numancia ante Cipión, que si a lo largo de los años su pueblo no se ha avenido a pactar con Roma es por el mal trato que esta le ha dado:
Dice que nunca de la ley y fuero[s]
del Senado romano se apartara,
si el [in]sufrible mando y desafueros
de un cónsul y otro no le fatigara.
Ellos, con duros estatutos fieros
y con su extraña condición avara,
pusieron tan gran yugo a nuestros cuellos
que forzados salimos d’el y d’ellos.
           (vv. 241-248)
Queda claro, ¿no? A ver, si… nosotros no tenemos nada especial contra Roma, pero es que no nos dejáis otra salida… Esto es lo que viene a escuchar Cipión de uno de los dos embajadores que vienen a parlamentar en nombre de Numancia para buscar la paz con Roma. Eso sí, Cipión los escucha (Oír al enemigo es cosa cierta / que siempre aprovechó más que dañase), pero lo que es hacerles caso… como que no. Queda, pues, justificada la actitud obcecadamente resistente del pueblo celtíbero. Cervantes no es equidistante aquí; se posiciona.
Así pues, la desesperación, el hambre, el amor a la libertad y la nula compasión romana fuerzan la trágica salida numantina, que se resolverá en libre extinción para evitar una vida cautiva:
Han ordenado que no quede alguna
mujer, niño ni viejo con la vida,
pues, al fin, la cruel hambre importuna,
con más fiero rigor es su homicida.
              (vv.1 680-1683)

Los hombres matarán a mujeres y niños; seguidamente, se quitarán la vida. No hacen sino cumplir la profecía de un muerto:
El amigo cuchillo el homicida
de Numancia será, y será su vida.
           (vv. 1079-1080)
Sí, el chuchillo propio quitará la vida a los numantinos, la temporal, pero salvará la que perdura en la memoria, la de la fama; salvará su honra. Hasta tal punto es así que el honor de Cipión será el que se vea dañado, pues no podrá llevar ni un solo cautivo a Roma como muestra de su victoria militar.
Con uno solo que quedase vivo,
no se me negaría el triunfo en Roma (…).
                        (vv. 2244-2245)
El último numantino en morir es un joven que desdeña todas las promesas de Cipión para que el chico se entregue vivo; pero este se arroja desde la muralla numantina y con él cae la última esperanza de victoria de Cipión:
Con tal vida y virtud heroica extraña,
queda muerto y perdido mi derecho.
Tú con esta caída levantaste
tu fama y mis vitorias derribaste.
           (vv. 2405-2408)
Aparente y trágica paradoja que Cervantes se encarga de reflejar tan bien formalmente en estos versos. La “Fama”, por cierto, es el personaje alegórico que cierra la tragedia cervantina. No será casualidad.
En fin, la derrota de Cipión es tal que no tiene ya enemigos a los que someter, porque…
Numancia está en un lago convertida
de roja sangre, y de mil cuerpos llena,
de quien fue su rigor propio homicida.
           (vv. 2276-2278)
Unidad y resistencia para conservar la libertad. Amor patrio. Sacrificio humano para hacer frente al cautiverio. Derrota del cuerpo; conquista de la fama. Esta resistencia heroica y unida de un pueblo que simboliza para Cervantes su amada España debería hacernos reflexionar sobre nuestro pasado y nuestro presente. Si el de Alcalá (o de donde fuera…) reviviese hoy y reescribiese su tragedia, adaptándola a los tiempos, quizá tendría que cantar, por boca de sus personajes alegóricos, la grandeza pasada de España por contraste con la miseria moral de hoy. El germen de la grandeza imperial española lo siembra Numancia con su heroica resistencia. ¿Dónde está ahora la heroicidad que pueda vaticinar un futuro grandioso? ¿Dónde la resistencia? ¿Qué fue de aquel remar todos a una? Cierto es que el vicio español de lo fratricida también lo señala Cervantes (como indicaba arriba) en esta tragedia. Será que la Historia se repite.
En todo caso, es de agradecer que el recuerdo de la muerte de Cervantes haya servido para subir su tragedia numantina a las tablas y reinterpretarla en tiempos actuales. Dos han sido los montajes que se han hecho oír últimamente, y parece que muy diferentes ambos.
El primero, bajo la dirección de Paco Carrillo, pude verlo no hace mucho tiempo en el teatro romano de Mérida, dentro de su festival, en la edición de 2015. Desde luego, es un montaje que no cae en el olvido. Todos los elementos escénicos, además de la interpretación de los actores, arrastran a los espectadores hacia su naturaleza emocional. Porque lo que hace es, principalmente, mover a la compasión, agitar el alma ante el callejón sin salida al que Roma aboca a los numantinos. Las pasiones de los personajes están a flor de piel y tanto la música como la iluminación como la propia puesta en escena empujan en la misma dirección, creando un espectáculo pasional y  brillante estéticamente.
Quien haya visto el montaje pensará que no todo es emoción aquí, que también se trabaja la reflexión, las miradas hacia el pasado y el presente. Creo que esto merece un comentario. Decía más arriba que La destrucción de Numancia (El cerco de Numancia) es una tragedia desgraciadamente actual. No solo cabe la posibilidad de traer el pasado para arrojar luz sobre el presente, sino que hay elementos presentes que hacen eso muy pertinente. Por ahí parece ir este montaje. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Paco Carrillo juega con lo audiovisual para proyectar una sucesión de imágenes de personajes políticos actuales. ¿Quiénes? Por ejemplo, Angela Merkel. Claro, no podía faltar. Partiendo de una obra que denuncia un intento de rapto de soberanía, qué mejor relación con el presente que mostrar la imagen de la Merkel, lideresa de un país que rige los destinos de los socios europeos dejando la soberanía de cada uno de ellos (España incluida) hecha unos zorros. Vamos, toda una conquista, aunque en este caso sea política y financiera. Y también aparece, por ejemplo, la malograda Rita Barberá, icono progre de la corrupción máxima y de la maldad personificada. Claro, en España esto mueve al aplauso fácil y acalorado de las masas. Lo que quizá esas masas no tengan muy en cuenta es que la malvada Alemania debe de ser, si no me equivoco, el país que más refugiados está acogiendo. Y casi todos proceden de un país atacado  y parcialmente invadido por un ejército terrorista. ¡Cielos, cómo es posible! ¡El presente poniéndonos en bandeja una muestra real y actualísima de acoso y derribo físico a una población! ¡¡¡Bárbaro ejemplo para darle cabida en el montaje!!! Oye, pues no. Paco Carrillo debía de andar despistadísimo; de terrorismo islamista nada de nada. Y lo que son las circunstancias… Justo al día siguiente, al hacer parada y fonda en una estación de servicio mientras regresaba a casa, se me abre la boca del asombro al contemplar en las noticias una imagen. Es un teatro romano; no, no es una noticia sobre Mérida y El cerco de Numancia. Es el teatro de Palmira. Sobre la escena, varios prisioneros a punto de ser degollados por terroristas del Estado Islámico. Y en las gradas, público contemplando el “espectáculo”. Lo de Mérida había sido la representación de una pieza literaria que refería un hecho histórico; ¡lo de Palmira era la estremecedora realidad en pleno siglo XXI! Pero claro, la izquierda española no puede dar siquiera una colleja moral al terrorismo islamista. Es mucho más fácil y menos arriesgado hacer una mixtura de imágenes sin armazón crítica. Lo malo es que a veces no se sabe si lo que se ve es un montaje teatral o un montaje de La Sexta. Por cierto, en el verano de 2015 Rita Barberá aún vivía y no estaba imputada (investigada) por ningún caso; pero da igual, ¡anda que vamos a perder el tiempo en presunciones de inocencia…! En fin, luego el llamado mundo de la cultura se extraña de que, utilizando la crisis como perfecta excusa, el PP casi le triplique el I.V.A. de golpe y porrazo, y de que lleve años haciéndose el remolón a la hora de bajárselo.
El otro montaje al que me refería es el que dirigió recientemente Juan Carlos Pérez de la Fuente con el sobrio título de Numancia y sobre una versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño. Aunque este no he tenido ocasión de verlo, cuentan las crónicas que el planteamiento es radicalmente diferente al de Paco Carrillo por cuanto toca más la fibra racional que la emocional. A través de un cierto distanciamiento dibujado por la puesta en escena, parece que su intención es la de provocar una lúcida reflexión, dar oxígeno al pensamiento más que a la emoción. Sería este un planteamiento valiente al ir contra la corriente actual, más dada a conmover el corazón y anestesiar el pensamiento lúcido.

En fin, dos visiones diferentes sobre este clásico cervantino; dos formas de leer a nuestro autor más universal; una más romántica, otra más ilustrada. Esto siempre es de agradecer. Efemérides, decía al principio. A veces tienen sus consecuencias positivas;  en este caso, la de desempolvar una tragedia un tanto olvidada, en la que se perciben unos modos más próximos a lo grecolatino que a lo contemporáneo del propio Cervantes; con un cierto estatismo que tan bien supo romper Lope de Vega con ese dinamismo antiacadémico que lo encumbraría como el gran renovador del teatro clásico español, para envidia o admiración del propio Cervantes; pero una obra, en definitiva, en cuya sobriedad se adivinan una hondura y unos perfiles históricos e ideológicos que deberían remover el corazón y la cabeza del lector contemporáneo de teatro, si es que alguno queda.