HARRY POTTER Y EL LEGADO MALDITO
TÍTULO: Harry Potter y el legado maldito
AUTORES: Jack Thorne, J.
K. Rowling y John Tiffany
EDITORIAL: Salamandra
SUBGÉNERO: Drama juvenil
AÑO DE ESTRENO: 2016
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2016
¡Voldemort!
¡Hala,
ya está dicho! El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado ya ha sido nombrado. Tanto da. Al
fin y al cabo, en la octava entrega jarriportiana se nombra a Voldemort sin más
problema. Quizá porque el más malo de la saga ya está muerto y no aparece por
las páginas del libro. Bueno, no aparece… o sí. Esto habría que matizarlo,
aunque que no será aquí donde lo haga para no destripar la obra a los lectores
que aún no hayan caído en la tentación.
Harry Potter y el legado
maldito viene a completar la famosa serie del niño mago. Y lo
hace con dos sorpresas. Una de ellas es que el niño ya no es tan niño sino que
tiene 40 “tacos” (han pasado 19 desde lo que parecía el final de la historia de
Potter). La otra es que, a diferencia de los siete libros anteriores, este no
es una novela: ¡es una obra de teatro! ¡Oh, milagro, el best-seller aliándose con el teatro escrito! Para una vez que esto
pasa, tenía que traer la pieza hasta aquí, claro. Todo sea por que los
adolescentes lean algo de teatro (lo digo como si los adultos leyesen mucho…).
En
efecto, esta pieza teatral permite volver a ver a los inseparables amigos
ideados por Rowling. Harry trabaja ahora en el Ministerio de Magia, cuya
ministra es nada menos que Hermione. Ron y Hermione son un feliz matrimonio;
Harry y Ginny también están casados, y tienen un hijo: Albus Severus Potter.
Sí, el nombre homenajea al gran mago Albus Dumbledore, quien fuera director del
colegio de Hogwarts hasta su muerte, y a Severus Snape, malo malísimo de la
saga hasta casi el final, cuando se descubre la verdad sobre el temido profesor
de Defensa Contra las Artes Oscuras. Ah, por cierto, los tres chicos, ya
adultos, se llevan razonablemente bien con Draco Malfoy, que también tiene un
hijo, Scorpius.
En
realidad, los que viven ahora las más intensas aventuras son los jóvenes Albus
y Scorpius, grandes amigos (aunque los personajes clásicos tendrán también sus
momentos; sobre todo Harry, cómo no). El hijo de Potter y el hijo de Malfoy
serán quienes la líen parda y quienes tengan que hacer frente a los terribles
peligros surgidos del uso de un giratiempo, que permite viajar al pasado y
modificarlo. Huelga decir que eso puede traer al presente consecuencias
impredecibles. En realidad, tras la muerte de Voldemort no debería haber ningún
giratiempo, pues el Ministerio de Magia tendría que haberse encargado de
destruirlos todos para evitar una futura catástrofe, pero la ministra, Hermione
Granger, ha ocultado uno (con buenas intenciones, eso sí). A partir de ahí
surge el conflicto y hasta ahí puedo escribir...
Lo
cierto es que esta obra de teatro contiene un sinfín de aventuras, giros,
efectos… que seguramente solo podrían llevarse a buen término sobre las tablas de
algún teatro londinense y con mucho
dinero detrás para responder a las exigencias técnicas que se suponen y al
ejército de trabajadores que laboran en la superproducción (en torno a 140, que
no está nada mal...). No obstante, he de
decir que la pieza teatral tardó bastante en captar con fuerza mi atención, y
que durante muchas páginas me pregunté qué necesidad había de resucitar a Harry
Potter. Pero, en honor a la verdad, la trama gana en intensidad e interés
especialmente en la segunda mitad de la obra, y termina por ser una lectura
entretenida e interesante seguramente para los seguidores de Harry Potter.
En
todo caso, las preguntas flotan en el aire: ¿por qué ahora Harry Potter,
diecinueve años después?; y ¿por qué teatro? ¿Podría haber sido la octava
entrega de la saga otra novela? Sí, sin ningún problema. ¿Ganaría poderío la
obra si fuera una novela, como las otras? Sin duda. Entonces, ¿por qué teatro?
Pues muy sencillo, la respuesta es una palabra muy conocida: negocio. El
estreno de la pieza en Londres y las sucesivas funciones habrán movido y estarán
moviendo ingentes cantidades de dinero. Los fieles de J. K. Rowling han ido
formando legión a lo largo de los años. Son jóvenes. Habitualmente no van al
teatro, pero a Harry se le sigue hasta donde sea… Y si, además, lo que se
ofrece a jóvenes y adolescentes es un espectáculo lleno, imagino, de la
espectacularidad que proyecta el texto, seguramente el éxito estará asegurado.
Eso sí, competir con la saga cinematográfica quizá no esté exento de un cierto
riesgo.
Por
otra parte, el hecho de que la octava entrega sea diferente de las otras siete,
con nuevos personajes (y los conocidos, ya creciditos) podría justificar esa
vuelta sorpresiva a la serie a través de otro género.
En
todo caso, repito que ni lo veo necesario ni percibo que el resultado sea más
atractivo para los lectores de Rowling de lo que hubiera sido una novela. De
hecho, aun siendo esta una obra teatral, más bien parece una novela a la que se
hubiera “adelgazado” retirándole la narración y dejando, mondos y lirondos los
diálogos (apenas trufados de algunas acotaciones más o menos necesarias y con
algún punto, eso sí, de fino humor). Pues eso, negocio. Legítimo; nadie dice lo
contrario.
Lo
más interesante de Harry Potter y el
legado maldito es su historia, la inventiva de sus autores. Porque por lo
que respecta a los diálogos hay que decir que no son precisamente el culmen de
la brillantez ni de la convicción.
Pero,
además del entretenido trajín de la historia, quizá más interesante todavía sea
alguna que otra reflexión que la pieza puede suscitar. Sí, hay momentos de
cierto didactismo obvio, abierto, de una obra que pretende adoctrinar a los
jóvenes lectores y espectadores en las bondades del ser humano (aunque J. K.
Rowling no parece en general muy dada al didactismo abierto en las obras
literarias). Pero también puede el lector reflexionar sobre algún aspecto
interesante. Me refiero a los viajes hacia el tiempo pasado que tienen lugar a
lo largo de la trama, y las consecuencias que ello desencadena. De alguna
manera, todo provoca una cierta inquietud que enlaza con peliagudos aspectos
que viene planteando en los últimos años la física cuántica: ¿viajes al pasado,
universos paralelos…? En Harry Potter y
el legado maldito tenemos la sensación de que no podemos/debemos cambiar el
presente desde el pasado, pero que sí podemos cambiar el presente desde el
presente (y aprendiendo del pasado). Obvio, diréis. Sí. No explico más. Leed la
obra y entenderéis a qué me refiero.
Por
cierto, quizá más de uno haya pensado, cuando hacía referencia a la edad de
Harry, que el mago habría entrado en la tan cacareada crisis de los cuarenta. Y
no. Harry sí está en crisis. Pero su zozobra no tiene que ver con su edad sino
con su condición de padre con respecto a su hijo, Albus (al que le pesa
demasiado ser hijo de quien es). A Draco Malfoy le pasa algo parecido con
respecto al suyo, Scorpius (a quien también le pesa más de la cuenta llevar el
apellido Malfoy). Y, aunque parezca mentira, esto es lo que desencadena la
vorágine de aventuras y misterio que nutre la obra.
Y es que Harry Potter y el legado maldito habla
de amor, no de magia. ¿O quizá son lo mismo?