martes, 29 de noviembre de 2016

HARRY POTTER Y EL LEGADO MALDITO

TÍTULO: Harry Potter y el legado maldito
AUTORES: Jack Thorne, J. K. Rowling y John Tiffany
EDITORIAL: Salamandra
SUBGÉNERO: Drama juvenil
AÑO DE ESTRENO: 2016
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2016

¡Voldemort!
¡Hala, ya está dicho! El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado ya ha sido nombrado. Tanto da. Al fin y al cabo, en la octava entrega jarriportiana se nombra a Voldemort sin más problema. Quizá porque el más malo de la saga ya está muerto y no aparece por las páginas del libro. Bueno, no aparece… o sí. Esto habría que matizarlo, aunque que no será aquí donde lo haga para no destripar la obra a los lectores que aún no hayan caído en la tentación.
Harry Potter y el legado maldito viene a completar la famosa serie del niño mago. Y lo hace con dos sorpresas. Una de ellas es que el niño ya no es tan niño sino que tiene 40 “tacos” (han pasado 19 desde lo que parecía el final de la historia de Potter). La otra es que, a diferencia de los siete libros anteriores, este no es una novela: ¡es una obra de teatro! ¡Oh, milagro, el best-seller aliándose con el teatro escrito! Para una vez que esto pasa, tenía que traer la pieza hasta aquí, claro. Todo sea por que los adolescentes lean algo de teatro (lo digo como si los adultos leyesen mucho…).
En efecto, esta pieza teatral permite volver a ver a los inseparables amigos ideados por Rowling. Harry trabaja ahora en el Ministerio de Magia, cuya ministra es nada menos que Hermione. Ron y Hermione son un feliz matrimonio; Harry y Ginny también están casados, y tienen un hijo: Albus Severus Potter. Sí, el nombre homenajea al gran mago Albus Dumbledore, quien fuera director del colegio de Hogwarts hasta su muerte, y a Severus Snape, malo malísimo de la saga hasta casi el final, cuando se descubre la verdad sobre el temido profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Ah, por cierto, los tres chicos, ya adultos, se llevan razonablemente bien con Draco Malfoy, que también tiene un hijo, Scorpius.
En realidad, los que viven ahora las más intensas aventuras son los jóvenes Albus y Scorpius, grandes amigos (aunque los personajes clásicos tendrán también sus momentos; sobre todo Harry, cómo no). El hijo de Potter y el hijo de Malfoy serán quienes la líen parda y quienes tengan que hacer frente a los terribles peligros surgidos del uso de un giratiempo, que permite viajar al pasado y modificarlo. Huelga decir que eso puede traer al presente consecuencias impredecibles. En realidad, tras la muerte de Voldemort no debería haber ningún giratiempo, pues el Ministerio de Magia tendría que haberse encargado de destruirlos todos para evitar una futura catástrofe, pero la ministra, Hermione Granger, ha ocultado uno (con buenas intenciones, eso sí). A partir de ahí surge el conflicto y hasta ahí puedo escribir...
Lo cierto es que esta obra de teatro contiene un sinfín de aventuras, giros, efectos… que seguramente solo podrían llevarse a buen término sobre las tablas de algún teatro londinense  y con mucho dinero detrás para responder a las exigencias técnicas que se suponen y al ejército de trabajadores que laboran en la superproducción (en torno a 140, que no está nada mal...).  No obstante, he de decir que la pieza teatral tardó bastante en captar con fuerza mi atención, y que durante muchas páginas me pregunté qué necesidad había de resucitar a Harry Potter. Pero, en honor a la verdad, la trama gana en intensidad e interés especialmente en la segunda mitad de la obra, y termina por ser una lectura entretenida e interesante seguramente para los seguidores de Harry Potter.
En todo caso, las preguntas flotan en el aire: ¿por qué ahora Harry Potter, diecinueve años después?; y ¿por qué teatro? ¿Podría haber sido la octava entrega de la saga otra novela? Sí, sin ningún problema. ¿Ganaría poderío la obra si fuera una novela, como las otras? Sin duda. Entonces, ¿por qué teatro? Pues muy sencillo, la respuesta es una palabra muy conocida: negocio. El estreno de la pieza en Londres y las sucesivas funciones habrán movido y estarán moviendo ingentes cantidades de dinero. Los fieles de J. K. Rowling han ido formando legión a lo largo de los años. Son jóvenes. Habitualmente no van al teatro, pero a Harry se le sigue hasta donde sea… Y si, además, lo que se ofrece a jóvenes y adolescentes es un espectáculo lleno, imagino, de la espectacularidad que proyecta el texto, seguramente el éxito estará asegurado. Eso sí, competir con la saga cinematográfica quizá no esté exento de un cierto riesgo.
Por otra parte, el hecho de que la octava entrega sea diferente de las otras siete, con nuevos personajes (y los conocidos, ya creciditos) podría justificar esa vuelta sorpresiva a la serie a través de otro género.
En todo caso, repito que ni lo veo necesario ni percibo que el resultado sea más atractivo para los lectores de Rowling de lo que hubiera sido una novela. De hecho, aun siendo esta una obra teatral, más bien parece una novela a la que se hubiera “adelgazado” retirándole la narración y dejando, mondos y lirondos los diálogos (apenas trufados de algunas acotaciones más o menos necesarias y con algún punto, eso sí, de fino humor). Pues eso, negocio. Legítimo; nadie dice lo contrario.
Lo más interesante de Harry Potter y el legado maldito es su historia, la inventiva de sus autores. Porque por lo que respecta a los diálogos hay que decir que no son precisamente el culmen de la brillantez ni de la convicción.
Pero, además del entretenido trajín de la historia, quizá más interesante todavía sea alguna que otra reflexión que la pieza puede suscitar. Sí, hay momentos de cierto didactismo obvio, abierto, de una obra que pretende adoctrinar a los jóvenes lectores y espectadores en las bondades del ser humano (aunque J. K. Rowling no parece en general muy dada al didactismo abierto en las obras literarias). Pero también puede el lector reflexionar sobre algún aspecto interesante. Me refiero a los viajes hacia el tiempo pasado que tienen lugar a lo largo de la trama, y las consecuencias que ello desencadena. De alguna manera, todo provoca una cierta inquietud que enlaza con peliagudos aspectos que viene planteando en los últimos años la física cuántica: ¿viajes al pasado, universos paralelos…? En Harry Potter y el legado maldito tenemos la sensación de que no podemos/debemos cambiar el presente desde el pasado, pero que sí podemos cambiar el presente desde el presente (y aprendiendo del pasado). Obvio, diréis. Sí. No explico más. Leed la obra y entenderéis a qué me refiero.
Por cierto, quizá más de uno haya pensado, cuando hacía referencia a la edad de Harry, que el mago habría entrado en la tan cacareada crisis de los cuarenta. Y no. Harry sí está en crisis. Pero su zozobra no tiene que ver con su edad sino con su condición de padre con respecto a su hijo, Albus (al que le pesa demasiado ser hijo de quien es). A Draco Malfoy le pasa algo parecido con respecto al suyo, Scorpius (a quien también le pesa más de la cuenta llevar el apellido Malfoy). Y, aunque parezca mentira, esto es lo que desencadena la vorágine de aventuras y misterio que nutre la obra.
Y es que Harry Potter y el legado maldito habla de amor, no de magia. ¿O quizá son lo mismo?