LA DESTRUCCIÓN DE NUMANCIA
TÍTULO: La destrucción de Numancia
AUTOR: Miguel de
Cervantes Saavedra
SUBGÉNERO: Tragedia
histórica
AÑO DE PUBLICACIÓN: 1585
Efemérides
al rescate.
¡Quién
le iba a decir al atribulado de Miguel de Cervantes que el cuarto centenario de
su muerte iba a servir para rescatar no tanto al narrador (que no poco pero
algo menos necesitado anda) como al dramaturgo! Al dramaturgo que quiso brillar
y que hubo de rendirse al genio de Lope de Vega, con mejor olfato para los
nuevos tiempos de la comedia que él mismo se encargaría de capitanear, no sin
sufrir denuestos académicos. Efectivamente, 1616-2016. Quizá por ello La destrucción de Numancia haya
resucitado en las tablas.
La
tragedia sobre la heroica resistencia numantina ante el poder de Roma nos
ofrece hoy una lectura sorprendentemente actual. Desgraciadamente actual. En la
Numancia cervantina, un pueblo
resiste convencido de que la libertad es el más grande de los tesoros. Por eso,
asfixiado por el cerco de las tropas de Cipión (Escipión), decide y ejecuta su
autodestrucción antes de entregarse a Roma.
Decildes que os engendraron
libres y libres nacisteis,
y que vuestras madres
tristes
también libres os criaron.
(vv. 1346-1349)
Estas
palabras (las citas son de la edición de La
destruición de Numancia, Alfredo Hermenegildo, en Castalia) las profiere, a modo de ruego, una de las mujeres
numantinas ante los hombres, decididos a enfrentarse con arrojo y derrota
asegurada a los romanos, dejando así a las mujeres y a los niños a merced de
los enemigos. Por eso las mujeres suplican a los hombres que no las abandonen y
que las maten, así como a sus hijos, antes que dejarlas bajo el yugo romano.
Numancia
se convierte, bajo la pluma de Cervantes, en insignia de la España que el
escritor desea; una España unida, resistente al yugo extranjero y, por ende,
amante de la libertad por encima de todas las cosas. El aprecio por la
libertad, que en momentos le faltó a Cervantes, no lo olvidó nunca nuestro
escritor, quien años más tarde, en la segunda parte del Quijote, haría decir a su hidalgo aquello tan conocido: “La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos”. No extraña, pues, que uno de los personajes alegóricos que
aparecen en la Numancia sea “España”,
que loa el valor numantino y su defensa de la libertad:
Numancia es la que agora
sola ha sido
quien la luciente espada
sacó fuera,
y a costa de su sangre ha
mantenido
la amada libertad suya y
primera.
(vv. 385-388)
“España”
escucha de otro personaje alegórico, “Duero”, el río Duero (“que con torcidas vueltas / humedeces gran
parte de mi suelo”) la fatalidad que impregna ya el destino numantino:
El [fatal], miserable y
triste día,
según el disponer de las
estrellas,
se llega a Numancia, y
cierto temo
que no hay remedio a su
dolor extremo.
(vv. 445-448)
Los
sacerdotes funcionan a modo de coro clásico, salvando las distancias, y tampoco
atisban final feliz para Numancia:
Si acaso yo no soy mal
adivino,
nunca con bien saldremos de
esta impresa.
¡Ay, desdichado pueblo
numantino!
(vv. 792-794)
Este
personaje de Numancia expresa bien su resignación ante el destino:
En fin, dado han los cielos
la sentencia
de nuestro fin amargo y
miserable.
No nos quiere valer ya su
clemencia.
(vv. 897-899)
Efectivamente,
y como bien nos cuenta la Historia hasta donde sabe, se cumplirá el “duro
hado”. El hálito de la fatalidad que impregna toda la obra, acompañado de la
heroica muerte de los numantinos, convierte la pieza cervantina en una tragedia
en la que las fuerzas (y debilidades) que encarnan Roma y Numancia otorgan a
los casi 2500 versos una tensión dramática (y en muchos casos dialéctica) que
deja huella en el lector y en el espectador.
Pero
la trágica derrota de Numancia no impedirá la grandeza española en el futuro
(presente y pasado reciente para Cervantes):
Un consuelo le queda en
este [est]ado,
que no podrán las sombras
del olvido
escurecer el sol de sus
hazañas,
en toda edad tenidas por
extrañas.
(vv. 461-464)
Y
más adelante dice el mismo personaje:
¡Qué envidia, qué temor,
España amada,
te tendrán mil naciones
extranjeras,
en quien tú teñirás tu
aguda espada
y tenderás triunfando tus
banderas!
(vv. 521-524)
Y
es que La destrucción de Numancia es
una tragedia patriótica. El amor del manco de Lepanto por su patria es patente
en esta pieza, que muestra la resistencia Numantina como valor nacional. Y
también muestra el dramaturgo su dolor por la falta de unidad de los españoles,
que parece un mal endémico y sirve de entrada al agresor extranjero. Así lo
dice por boca de “España”:
¿Será posible que de
contino sea
esclava de naciones
extranjeras
y que un pequeño tiempo yo
no vea
de libertad tendidas mis
bandera[s]?
Con justísimo título se
emplea
en mí el rigor de tantas
penas fieras,
pues mis famosos hijos y
valientes
andan entre sí mismos[s]
diferentes.
(vv. 369-376)
¡Ay,
esos dos últimos versos! Parece que no han pasado los años, ni los siglos…
No
queda ninguna duda sobre la predilección cervantina por Numancia frente al
invasor, claro está. Y, aunque no abusa de ello, Cervantes sí recurre en
algunos momentos a concitar la lástima del espectador aludiendo al gusano del
hambre que corroe al pueblo cercado, un hambre que describe así uno de los
numantinos:
Esta [in]sufrible hambre
macilenta
que tanto nos persigue y
nos rodea (…).
(vv. 601-602)
Hay
mucho orgullo en La destrucción de
Numancia. Y es mucho lo que se juega Cipión en su empeño de dar la victoria
a Roma. El general romano, buen orador, a modo de un “coach” moderno (perdón
por palabra tan insufrible…), se hace con las riendas de las tropas y les da un
giro, pues ha advertido que los soldados romanos han caído en la molicie y por
ello no han sido capaces, durante años, de doblegar al pueblo numantino. Sabe
bien que el peor enemigo de un ejército superior es él mismo y su falta de
rigor:
(…) el vicio solo puede
hacernos guerra
más que los enemigos de
esta tierra.
(vv. 47-48)
Aunque
Yugurta le advierte atinadamente:
La fuerza del ejército se
acorta
cuando va sin arrimo de
justicia(…).
(vv. 61-62)
Y
Cipión, buen estratega, decide entonces cercar Numancia para asfixiarla en la
inanición. Así se lamenta el personaje de España:
Mas, ¡ay!, que el enemigo
la ha cercado
no sólo con las armas
contrapuestas
al flaco muro suyo, mas ha
obrado
con diligencia extraña y
m[a]nos prestas
que un foso por la mar[gen]
concertado
rodee a la ciudad por llano
y cuestas.
Sólo la parte por do el rio
se extiende
d’este ardid nunca visto se
defiende.
(vv. 401-408)
Pretende
su capitulación sin derramar una sola gota de sangre:
¿Qué gloria puede haber más
levantada,
en las cosas de guerra que
aquí digo,
que, sin quitar de su lugar
la espada,
vencer y sujetar al
enemigo?
(vv. 1129-1132)
Cipión
es trágica figura también, pues aun siendo inteligente, disciplinado, recto y
riguroso, termina humillado a causa de su mayor error: la soberbia. La
superioridad romana hace que el caudillo invasor se confíe y no abra la mano a
la clemencia. Los numantinos ofrecen dirimir la disputa en singular lucha: el
mejor de los suyos frente al mejor de los romanos. El resultado de la pelea
señalará vinculantemente al pueblo vencedor y al perdedor. Pero Cipión no
acepta, seguro de que el cerco que ha establecido acabará por dar sus frutos.
Es interesante ver que es el exceso de presión de Roma el que termina por
desencadenar la tragedia. Pues los numantinos se ven ya sin esperanza ninguna y
atenazados por el hambre.
¡Pérfidos, desleales,
fementidos,
crueles, revoltosos y
tiranos,
cobardes, indiciosos,
malnacidos,
pertinaces, feroces y
villanos,
adúlteros, infames,
conocidos
por de industrios[a]s, mas
cobardes manos!
(vv. 1209-1214)
La
retahíla de adjetivos no precisamente laudatorios se la dedica a los romanos el
numantino Caravino, cuya sangre hierve de rabia. También la numantina Lira ve
con malos ojos a los enemigos:
Mirad que son los romanos
hambrientos y fieros lobos.
(vv. 1376-1377)
Es
de notar que no es la primera vez que Cervantes justifica la resistencia
numantina como reacción casi obligada al mal trato de Roma. Ya hacia el inicio
de la obra deja claro un numantino, que ejerce como embajador de Numancia ante
Cipión, que si a lo largo de los años su pueblo no se ha avenido a pactar con
Roma es por el mal trato que esta le ha dado:
Dice que nunca de la ley y
fuero[s]
del Senado romano se
apartara,
si el [in]sufrible mando y
desafueros
de un cónsul y otro no le
fatigara.
Ellos, con duros estatutos
fieros
y con su extraña condición
avara,
pusieron tan gran yugo a
nuestros cuellos
que forzados salimos d’el y
d’ellos.
(vv. 241-248)
Queda
claro, ¿no? A ver, si… nosotros no tenemos nada especial contra Roma, pero es
que no nos dejáis otra salida… Esto es lo que viene a escuchar Cipión de uno de
los dos embajadores que vienen a parlamentar en nombre de Numancia para buscar
la paz con Roma. Eso sí, Cipión los escucha (Oír al enemigo es cosa cierta / que siempre aprovechó más que dañase),
pero lo que es hacerles caso… como que no. Queda, pues, justificada la actitud
obcecadamente resistente del pueblo celtíbero. Cervantes no es equidistante
aquí; se posiciona.
Así
pues, la desesperación, el hambre, el amor a la libertad y la nula compasión
romana fuerzan la trágica salida numantina, que se resolverá en libre extinción
para evitar una vida cautiva:
Han ordenado que no quede
alguna
mujer, niño ni viejo con la
vida,
pues, al fin, la cruel
hambre importuna,
con más fiero rigor es su
homicida.
(vv.1 680-1683)
Los
hombres matarán a mujeres y niños; seguidamente, se quitarán la vida. No hacen
sino cumplir la profecía de un muerto:
El amigo cuchillo el homicida
de Numancia será, y será su
vida.
(vv. 1079-1080)
Sí,
el chuchillo propio quitará la vida a los numantinos, la temporal, pero salvará
la que perdura en la memoria, la de la fama; salvará su honra. Hasta tal punto
es así que el honor de Cipión será el que se vea dañado, pues no podrá llevar
ni un solo cautivo a Roma como muestra de su victoria militar.
Con uno solo que quedase
vivo,
no se me negaría el triunfo
en Roma (…).
(vv. 2244-2245)
El
último numantino en morir es un joven que desdeña todas las promesas de Cipión
para que el chico se entregue vivo; pero este se arroja desde la muralla
numantina y con él cae la última esperanza de victoria de Cipión:
Con tal vida y virtud
heroica extraña,
queda muerto y perdido mi
derecho.
Tú con esta caída
levantaste
tu fama y mis vitorias
derribaste.
(vv. 2405-2408)
Aparente
y trágica paradoja que Cervantes se encarga de reflejar tan bien formalmente en
estos versos. La “Fama”, por cierto, es el personaje alegórico que cierra la
tragedia cervantina. No será casualidad.
En
fin, la derrota de Cipión es tal que no tiene ya enemigos a los que someter,
porque…
Numancia está en un lago
convertida
de roja sangre, y de mil
cuerpos llena,
de quien fue su rigor
propio homicida.
(vv. 2276-2278)
Unidad
y resistencia para conservar la libertad. Amor patrio. Sacrificio humano para
hacer frente al cautiverio. Derrota del cuerpo; conquista de la fama. Esta
resistencia heroica y unida de un pueblo que simboliza para Cervantes su amada
España debería hacernos reflexionar sobre nuestro pasado y nuestro presente. Si
el de Alcalá (o de donde fuera…) reviviese hoy y reescribiese su tragedia,
adaptándola a los tiempos, quizá tendría que cantar, por boca de sus personajes
alegóricos, la grandeza pasada de España por contraste con la miseria moral de
hoy. El germen de la grandeza imperial española lo siembra Numancia con su
heroica resistencia. ¿Dónde está ahora la heroicidad que pueda vaticinar un
futuro grandioso? ¿Dónde la resistencia? ¿Qué fue de aquel remar todos a una?
Cierto es que el vicio español de lo fratricida también lo señala Cervantes
(como indicaba arriba) en esta tragedia. Será que la Historia se repite.
En
todo caso, es de agradecer que el recuerdo de la muerte de Cervantes haya
servido para subir su tragedia numantina a las tablas y reinterpretarla en
tiempos actuales. Dos han sido los montajes que se han hecho oír últimamente, y
parece que muy diferentes ambos.
El
primero, bajo la dirección de Paco Carrillo, pude verlo no hace mucho tiempo en
el teatro romano de Mérida, dentro de su festival, en la edición de 2015. Desde
luego, es un montaje que no cae en el olvido. Todos los elementos escénicos,
además de la interpretación de los actores, arrastran a los espectadores hacia
su naturaleza emocional. Porque lo que hace es, principalmente, mover a la
compasión, agitar el alma ante el callejón sin salida al que Roma aboca a los
numantinos. Las pasiones de los personajes están a flor de piel y tanto la
música como la iluminación como la propia puesta en escena empujan en la misma dirección,
creando un espectáculo pasional y
brillante estéticamente.
Quien
haya visto el montaje pensará que no todo es emoción aquí, que también se
trabaja la reflexión, las miradas hacia el pasado y el presente. Creo que esto
merece un comentario. Decía más arriba que La
destrucción de Numancia (El cerco de
Numancia) es una tragedia desgraciadamente actual. No solo cabe la
posibilidad de traer el pasado para arrojar luz sobre el presente, sino que hay
elementos presentes que hacen eso muy pertinente. Por ahí parece ir este
montaje. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Paco Carrillo juega con lo
audiovisual para proyectar una sucesión de imágenes de personajes políticos
actuales. ¿Quiénes? Por ejemplo, Angela Merkel. Claro, no podía faltar.
Partiendo de una obra que denuncia un intento de rapto de soberanía, qué mejor
relación con el presente que mostrar la imagen de la Merkel, lideresa de un
país que rige los destinos de los socios europeos dejando la soberanía de cada
uno de ellos (España incluida) hecha unos zorros. Vamos, toda una conquista,
aunque en este caso sea política y financiera. Y también aparece, por ejemplo,
la malograda Rita Barberá, icono progre de la corrupción máxima y de la maldad
personificada. Claro, en España esto mueve al aplauso fácil y acalorado de las
masas. Lo que quizá esas masas no tengan muy en cuenta es que la malvada
Alemania debe de ser, si no me equivoco, el país que más refugiados está
acogiendo. Y casi todos proceden de un país atacado y parcialmente invadido por un ejército
terrorista. ¡Cielos, cómo es posible! ¡El presente poniéndonos en bandeja una muestra
real y actualísima de acoso y derribo físico a una población! ¡¡¡Bárbaro
ejemplo para darle cabida en el montaje!!! Oye, pues no. Paco Carrillo debía de
andar despistadísimo; de terrorismo islamista nada de nada. Y lo que son las
circunstancias… Justo al día siguiente, al hacer parada y fonda en una estación
de servicio mientras regresaba a casa, se me abre la boca del asombro al
contemplar en las noticias una imagen. Es un teatro romano; no, no es una
noticia sobre Mérida y El cerco de
Numancia. Es el teatro de Palmira. Sobre la escena, varios prisioneros a
punto de ser degollados por terroristas del Estado Islámico. Y en las gradas,
público contemplando el “espectáculo”. Lo de Mérida había sido la representación
de una pieza literaria que refería un hecho histórico; ¡lo de Palmira era la
estremecedora realidad en pleno siglo XXI! Pero claro, la izquierda española no
puede dar siquiera una colleja moral al terrorismo islamista. Es mucho más
fácil y menos arriesgado hacer una mixtura de imágenes sin armazón crítica. Lo
malo es que a veces no se sabe si lo que se ve es un montaje teatral o un
montaje de La Sexta. Por cierto, en el verano de 2015 Rita Barberá aún vivía y
no estaba imputada (investigada) por ningún caso; pero da igual, ¡anda que
vamos a perder el tiempo en presunciones de inocencia…! En fin, luego el llamado
mundo de la cultura se extraña de que, utilizando la crisis como perfecta
excusa, el PP casi le triplique el I.V.A. de golpe y porrazo, y de que lleve
años haciéndose el remolón a la hora de bajárselo.
El
otro montaje al que me refería es el que dirigió recientemente Juan Carlos
Pérez de la Fuente con el sobrio título de Numancia
y sobre una versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño. Aunque este no
he tenido ocasión de verlo, cuentan las crónicas que el planteamiento es
radicalmente diferente al de Paco Carrillo por cuanto toca más la fibra
racional que la emocional. A través de un cierto distanciamiento dibujado por
la puesta en escena, parece que su intención es la de provocar una lúcida
reflexión, dar oxígeno al pensamiento más que a la emoción. Sería este un
planteamiento valiente al ir contra la corriente actual, más dada a conmover el
corazón y anestesiar el pensamiento lúcido.
En
fin, dos visiones diferentes sobre este clásico cervantino; dos formas de leer
a nuestro autor más universal; una más romántica, otra más ilustrada. Esto
siempre es de agradecer. Efemérides, decía al principio. A veces tienen sus
consecuencias positivas; en este caso,
la de desempolvar una tragedia un tanto olvidada, en la que se perciben unos
modos más próximos a lo grecolatino que a lo contemporáneo del propio
Cervantes; con un cierto estatismo que tan bien supo romper Lope de Vega con
ese dinamismo antiacadémico que lo encumbraría como el gran renovador del
teatro clásico español, para envidia o admiración del propio Cervantes; pero
una obra, en definitiva, en cuya sobriedad se adivinan una hondura y unos
perfiles históricos e ideológicos que deberían remover el corazón y la cabeza
del lector contemporáneo de teatro, si es que alguno queda.