SÓCRATES
TÍTULO: Sócrates
AUTORES: Mario Gas y
Alberto Iglesias
EDITORIAL: Ediciones
Antígona
SUBGÉNERO: Drama histórico
AÑO DE ESTRENO: 2015
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2016
Sócrates,
el hombre sin voz.
Platón
se la dio hace veinticuatro siglos. Ahora, Mario Gas y Alberto Iglesias, quizá discípulos
socráticos y platónicos en el tiempo, vuelven a hacerlo en esta obra homónima
del filósofo griego, que protagonizó el actor José María Pou en Mérida (“marco
incomparable” y todo eso…), donde se estrenó en 2015, y que Ediciones Antígona
publica un año después.
Sócrates es el alegato del hombre acusado de cierta impiedad y de pervertir a los
jóvenes. El filósofo, con resignación, desapego y entereza, se enfrenta
dialécticamente a muchos atenienses sin piedad y apenas si es defendido por
unos pocos, aunque su condena llega por escaso margen de votos condenatorios.
El final del proceso es conocido.
El
teatro de ideas es arriesgado. Si no hay acción, lo mismo el público resopla,
se aburre, echa de menos la tele con sus frecuentes cambios de plano y su
universo de estupideces inverosímiles pero ¡tan entretenidas…! Sí, es un riesgo que en las sesenta y cuatro páginas de la
edición de esta pieza no pase gran cosa (como si la vida en juego de una
persona fuera asunto menor) y que, además, tampoco haya un festín de
sentimientos lacrimógenos (Sócrates no estaría por la labor). Aunque me
gustaría haber visto al vehemente José María Pou defendiendo la entereza
socrática a los pies de la muerte. Sí,
es un riesgo; un riesgo encomiable. Y esa cualidad reflexiva de esta obra la
hace muy apta para ser leída, para que el lector se detenga en las encrucijadas
del pensamiento que le salen al paso mientras camina por las páginas de este
drama (o tragedia anunciada, si se prefiere).
Pero
también es una invitación constante a la reflexión del espectador que tenga la
fortuna de estar frente a los actores. Porque aquí el respetable se convierte
en asamblea, en la asamblea a la que se dirige Sócrates, y a la que se dirigen
los defensores y detractores del propio maestro. Y eso es un acicate para el
espectador vivo, inquieto. Porque lo que Gas e Iglesias plantean aquí oscila entre la circunstancia
vital, filosófica, social y política de la Atenas de los siglos V-IV a.
de C. y la plena actualidad. Hay mucho de ahora en esta pieza. De ahora y de
siempre. Integridad, honradez, razón, demagogia, verdad, mentira… De esto y de
más se habla aquí. Pero de todo ello, lo que me parece más inquietante es esa
capacidad voraz que la masa tiene para engullir, para acallar a los mejores, a
los brillantes, a los meritorios. Historia de ayer y de hoy. Y más en España. Sócrates
es el juicio y muerte de un ciudadano,
como reza el subtítulo. Y eso es lo que sucede, que la masa asamblearia condena
a Sócrates a desaparecer para siempre, a dejar de incomodar con sus
inquisitivas preguntas, a dejar de señalar la verdad y de ponerla en bandeja a la
luz de la razón. Y es que el pensamiento, la razón, ese don que nos hace casi
divinos, sucumbe aquí ante el desprecio de la masa. ¿De verdad es tan
respetable la mayoría por el hecho de serlo? Cierto es que la huella que deja
en mí este drama no es la de la peripecia vital de Sócrates, apenas convertido
en vehículo de ideas (ese el pero y ese el precio que pagan muchas veces estas
obras donde abunda la idea explícita pero escasea la acción y se tambalea el
fuste de los personajes), sino las ideas mismas: la defensa de la verdad, del pensamiento,
de lo justo, de la integridad.
Que
nadie espere encontrar en estas páginas una tragedia al uso; aquí hay mucho más
de Platón como correa transmisora del testimonio histórico. No obstante, asoman
algunos guiños trágicos: el coro, la riqueza dialéctica, el verso, que alterna
con la prosa… Lo que no entiendo, eso sí,
es cómo está utilizado el verso en esta obra. En muchos casos, no le veo
ni sentido métrico, ni prosódico, ni psicológico. Que alguien me lo explique.
Tampoco estaría mal una revisión más en profundidad antes de publicar, para
evitar algunas faltas de ortografía que quiero suponer más erratas que faltas
en sí. Y es que el control de calidad en la edición de textos dramáticos
contemporáneos es una alarmante asignatura pendiente, a pesar de que, en
general, no se puede decir que Ediciones Antígona edite con descuido.
En
fin, si algún lector gusta de recuperar la mayéutica socrática, aquí tiene un
aperitivo (no más, que tampoco es el caso en esta pieza aunque algo de ello se
atisba) con el que quizá disfrute. Y ojalá cale el discurso de la razón que
propone este drama frente al neorromanticismo tonto-ñoño que nos edulcora el
alma y nos pringa la boca. Me gustan, hacia el inicio y hacia el final de la
obra, esas llamadas de atención (no diré cómo) que recuerdan al espectador (no tanto
al lector…) su condición de contemporáneo y de espectador, y que suponen una
suerte de distanciamiento brechtiano que viene muy al caso, ciudadanos.
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