domingo, 18 de septiembre de 2016

SÓCRATES

TÍTULO: Sócrates
AUTORES: Mario Gas y Alberto Iglesias
EDITORIAL: Ediciones Antígona
SUBGÉNERO: Drama histórico
AÑO DE ESTRENO: 2015
AÑO DE PUBLICACIÓN: 2016

Sócrates, el hombre sin voz.
Platón se la dio hace veinticuatro siglos. Ahora, Mario Gas y Alberto Iglesias, quizá discípulos socráticos y platónicos en el tiempo, vuelven a hacerlo en esta obra homónima del filósofo griego, que protagonizó el actor José María Pou en Mérida (“marco incomparable” y todo eso…), donde se estrenó en 2015, y que Ediciones Antígona publica un año después.
Sócrates es el alegato del hombre acusado de cierta impiedad y de pervertir a los jóvenes. El filósofo, con resignación, desapego y entereza, se enfrenta dialécticamente a muchos atenienses sin piedad y apenas si es defendido por unos pocos, aunque su condena llega por escaso margen de votos condenatorios. El final del proceso es conocido.
El teatro de ideas es arriesgado. Si no hay acción, lo mismo el público resopla, se aburre, echa de menos la tele con sus frecuentes cambios de plano y su universo de estupideces inverosímiles pero ¡tan entretenidas…!  Sí, es un riesgo  que en las sesenta y cuatro páginas de la edición de esta pieza no pase gran cosa (como si la vida en juego de una persona fuera asunto menor) y que, además, tampoco haya un festín de sentimientos lacrimógenos (Sócrates no estaría por la labor). Aunque me gustaría haber visto al vehemente José María Pou defendiendo la entereza socrática  a los pies de la muerte. Sí, es un riesgo; un riesgo encomiable. Y esa cualidad reflexiva de esta obra la hace muy apta para ser leída, para que el lector se detenga en las encrucijadas del pensamiento que le salen al paso mientras camina por las páginas de este drama (o tragedia anunciada, si se prefiere).
Pero también es una invitación constante a la reflexión del espectador que tenga la fortuna de estar frente a los actores. Porque aquí el respetable se convierte en asamblea, en la asamblea a la que se dirige Sócrates, y a la que se dirigen los defensores y detractores del propio maestro. Y eso es un acicate para el espectador vivo, inquieto. Porque lo que Gas e Iglesias  plantean aquí oscila entre la circunstancia vital, filosófica, social y política de la Atenas de los siglos V-IV a. de C. y la plena actualidad. Hay mucho de ahora en esta pieza. De ahora y de siempre. Integridad, honradez, razón, demagogia, verdad, mentira… De esto y de más se habla aquí. Pero de todo ello, lo que me parece más inquietante es esa capacidad voraz que la masa tiene para engullir, para acallar a los mejores, a los brillantes, a los meritorios. Historia de ayer y de hoy. Y más en España.  Sócrates es el juicio y muerte de un ciudadano, como reza el subtítulo. Y eso es lo que sucede, que la masa asamblearia condena a Sócrates a desaparecer para siempre, a dejar de incomodar con sus inquisitivas preguntas, a dejar de señalar la verdad y de ponerla en bandeja a la luz de la razón. Y es que el pensamiento, la razón, ese don que nos hace casi divinos, sucumbe aquí ante el desprecio de la masa. ¿De verdad es tan respetable la mayoría por el hecho de serlo? Cierto es que la huella que deja en mí este drama no es la de la peripecia vital de Sócrates, apenas convertido en vehículo de ideas (ese el pero y ese el precio que pagan muchas veces estas obras donde abunda la idea explícita pero escasea la acción y se tambalea el fuste de los personajes), sino las ideas mismas: la defensa de la verdad, del pensamiento, de lo justo, de la integridad.
Que nadie espere encontrar en estas páginas una tragedia al uso; aquí hay mucho más de Platón como correa transmisora del testimonio histórico. No obstante, asoman algunos guiños trágicos: el coro, la riqueza dialéctica, el verso, que alterna con la prosa… Lo que no entiendo, eso sí,  es cómo está utilizado el verso en esta obra. En muchos casos, no le veo ni sentido métrico, ni prosódico, ni psicológico. Que alguien me lo explique. Tampoco estaría mal una revisión más en profundidad antes de publicar, para evitar algunas faltas de ortografía que quiero suponer más erratas que faltas en sí. Y es que el control de calidad en la edición de textos dramáticos contemporáneos es una alarmante asignatura pendiente, a pesar de que, en general, no se puede decir que Ediciones Antígona edite con descuido.

En fin, si algún lector gusta de recuperar la mayéutica socrática, aquí tiene un aperitivo (no más, que tampoco es el caso en esta pieza aunque algo de ello se atisba) con el que quizá disfrute. Y ojalá cale el discurso de la razón que propone este drama frente al neorromanticismo tonto-ñoño que nos edulcora el alma y nos pringa la boca. Me gustan, hacia el inicio y hacia el final de la obra, esas llamadas de atención (no diré cómo) que recuerdan al espectador (no tanto al lector…) su condición de contemporáneo y de espectador, y que suponen una suerte de distanciamiento brechtiano que viene muy al caso, ciudadanos. 

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